martes, 17 de octubre de 2017

Sobre "La dictadura de la perspectiva"



            

    
    En el mundo actual domina la inmediatez en cada esfera de la vida, incluso en la poesía: se lee rápido, rápido se escribe, se olvida rápido. Como afirma el propio autor: “Cambio de canal / como remontando un río. Ya solo se hacen cosas / no se describen”. En este sentido, se agradece que un poeta joven se detenga a contemplar y, al mismo tiempo, a pensar sobre el acto de contemplar. Una tendencia reflexiva que no encontramos mucho en la poesía reciente, más enfocada en el recuento superficial de anécdotas o emociones. Aunque solo fuera por ello, la obra de Pablo López Carballo (España, 1983) merece una lectura atenta que, de hecho, exige la complejidad del valioso libro que a continuación comentaremos.

La dictadura de la perspectiva (Trea, 2017) gira en torno a una tensión fundamental: la establecida entre la mirada y lo mirado. Es decir, entre la confusión del mundo sensible y la necesidad humana de someterla a un orden preciso. Esta tensión se refleja continuamente en el ámbito temático; pero, sobre todo, interesa cómo se resuelve en la forma de escritura. Y es aquí donde encontramos una potente paradoja: la propuesta de “desarreglo de los sentidos” se ejerce desde versos calculados, racionales, incluso fríos (también la estructura del libro es perfectamente simétrica). En sus propias palabras, se trata de “Dividir lo homogéneo / en lugar de entenderlo”, si interpretamos el “entender”, en nueva paradoja, como una recepción holística, sentimental.

            De hecho, la paradoja comienza por el título: una “dictadura” se basa en una concepción única de la existencia, en una única manera de mirar; sin embargo, la “perspectiva” es siempre contingente y cambiante. En el cuadro sobre el que gira la mayor parte del poemario (“La ciudad ideal”, de autor desconocido), la perspectiva tiende a la perfección, al orden exacto, único; se diría que López Carballo se mueve del foco central para problematizar la mirada, para encontrar nuevos ángulos, sin que por ello se pierda el sentido de las proporciones (en otras palabras, guardando cierto equilibrio clásico en la construcción del verso).

            Sorprende la forma en que el autor juega con el ritmo del poema, de forma sutil pero efectiva, manteniendo una suerte de mesura clasicista, con múltiples pausas que invitan a que el lector se pare a pensar. Como ejemplo, el comienzo de “Mirar a través de un vaso”:

“Desovillar dando vueltas, apenas mutilar
el murmullo. Dudas de la luz. Después, es lo normal,
columnas lumínicas sobre la mesa. El geólogo
sabe del engaño. La vida era la vida, sentencias
o invocas porque no todo son similitudes ni desplazamientos.
Sacar un hilo,
no salir más que un hilo hasta el ascensor.
Si añadimos el extravío, la vida era la vida y algo más que esto”.

            Los versos, a través de diferentes longitudes y encabalgamientos, reflejan eficazmente el ritmo del pensamiento. Notamos, por ejemplo, la decepción cortante a través de los endecasílabos abruptos al inicio de los versos dos y cuatro (en este último caso, justo después de la sólida aliteración de las “columnas lumínicas sobre la mesa”). El ritmo se expande en la invocación confiada del verso quinto, para continuar con dos versos que, a través de la repetición de “hilo” y la estructura paralelística, aportan una contundencia casi aforística. Finaliza el fragmento con un nuevo intento de apertura.

            Vemos en el fragmento una tensión entre “la vida” y la reflexión sobre la vida (que se refleja en la tensión formal entre los versos expansivos y los cortes abruptos). Quizás sea más clara esta tensión en versos como: “El cielo gana en metales a los pájaros / que matan el tiempo leyendo tratados de vuelo”. En otro fragmento se dice que “Podemos / permanecer afuera / entre nuestras cosas”. Esta es, precisamente, la mayor virtud, y quizás una posible debilidad, del libro. Es decir, los poemas no permiten una comunicación directa con “nuestras cosas”, sino que siempre están mediados por la “metamirada”, es decir, por la reflexión sobre cómo construimos la perspectiva.

            Hay varios pasajes en el libro que explícitamente problematizan la relación propuesta, entre la mirada y lo mirado. Leamos, por ejemplo, el comienzo de “Alucinación de las parcelas”:

“Todo se ensombrece cuando lo miro. Definir
como reptar en semejanzas. En la carencia
permanezco quieto. Coloco estacas
y aparece el paisaje (…).

Intervenimos.
Lo dominamos porque nuestra mirada
es el paisaje”.

Lejos de aparentar una naturalidad ingenua en el uso del lenguaje, contemplamos aquí “una vida intelectual incomparablemente más rica, más sutil, más evolucionada”, como reza la cita de César Aira con la que abre su último libro. No es posible, por lo tanto, la comunión con la naturaleza, puesto que, en el fondo, todo es producto de nuestra forma de percibir, de nuestra mente.

Decía que esta es la mayor virtud del libro, puesto que los poemas no buscan la empatía adocenada, el golpe de efecto, sino la participación activa del lector, quien también reconstruye el “paisaje” del poemario desde su propia perspectiva, a medida que pasan los versos. Una vez cerrado el libro, uno siente el impulso de volver a inventar el mundo: la distancia nos libera.

Pero también nos ata a la distancia misma, ya que “mirar no es suficiente, debemos devanar / con la ciencia del no tener”. Decía que esta virtud podría ser una debilidad, debido al propio énfasis en la racionalidad, como si, en ocasiones, el “tratado de vuelo” se olvidara del vuelo mismo, de su condición de pájaro, de animal. En el poema “Pórtico”, sobre el pintor Paolo Uccello, se dice que “Paolo reunió las formas para dotarlas / de sentido en su cuarto de arañas”, y siento que son las arañas las que salvan el cuadro. No siempre hay, sin embargo, arañas en los poemas.

En algunos de los tantos versos que el lector está tentado de subrayar, podemos leer lo siguiente: “Postergando / la decisión de vivir en escenas / o en la contingencia”. Aquí se refleja con claridad el estado intermedio, la tensión, entre la “dictadura de la perspectiva” y el azar. Ese estar en medio sigue resultando fascinante:

“El mundo había cambiado de paisaje; lo dibujas a mi lado
y me sorprende su negación en la ventanilla”.

viernes, 1 de abril de 2016

Poesía colombiana joven III: Sus tres variantes

Variante I:

La sombra
                 de mi alma
                                    en los espejos
revela la inasible eternidad de las ausencias.


Variante II:

Camino por la calle
como caminan los recuerdos de la infancia por mi mente,
mi abuela y su bandeja paisa, mi paisita encontrada en unas vacaciones en Melgar,
los cigarros a medio fumar, los ceniceros llenos de esperanzas.


Variante III (versión masculina):

Hijueputa marica te digo con Rodrigo porque yo
que niego que no creo en nada y que soy más ísta que una porrista
con mi semen en su boca y en su culo una botella
de aguardiente y de eterna ausencia.

Variante III (versión femenina):

La angustia entre mis piernas,
la sangre de mi útero que se niega a ser madre,
mis pechos amenazantes como una bandeja paisa con doble chicharrón.


Y tú, ¿de quién eres?

Poesía colombiana joven II: Nacer muerto

Llega a mis manos una de las últimas antologías de poesía colombiana joven: Posdata de poesía colombiana, a cargo de Iván Trejo.



Y uno empieza a entender mejor. Más allá de los nombres seleccionados (algunos pocos rescatables, la mayoría prescindibles), lo que me inquieta profundamente es la concepción estética del antólogo (y, por extensión, de muchos de los poetas). En los dos párrafos con los que zanja la cuestión, Iván Trejo avisa de que "la poesía ha comenzado a mutar sus formas, hay una preocupación muy grande en los novísimos de amalgamar la poesía con otras disciplinas, innovar y proponer una visión distinta". Suena bien, ¿verdad? Pues, sorpresa, resulta que nuestro querido antólogo parece entender lo anterior como algo negativo: "Todo esto es maravilloso, salvo que en la gran mayoría de los casos, se pondera la forma, el cómo decir, sin recordar que se debe tener algo importante que decir". ¿En serio? ¿Todavía estamos en una concepción temática de la poesía? Yo pensaba que ya teníamos claro que los temas siempre se repiten, y que lo que cambia es la forma de expresarlos. Es más, que la forma de expresión es, exagerando un poco, el mayor tema de la poesía.

Y sigue diciendo: "es por eso que la poesía de los nacidos en los 70 y 80 mantiene esa conversación constante con su tradición, intentan consolidar un lenguaje de alta manufactura hablando de las cosas importantes del ser humano". ¡Toma ya! ¿Alta manufactura? ¿Cosas importantes del ser humano? Por si alguno tenía dudas, copiaré los títulos de algunos de los poemas que siguen (extraídos de varios autores): "Alquimias del olvido", "Distante cercanía", "Ardiente oscuridad", "Los colores de la sed", "Filium patris", "Presente que se acumula", "El fondo, el aire", "Aire oculto", "Poema de madre", "Sonata para que amanezca", etc. Lo que sigue puede ser espeluznante: "cenizas de olvido", "hurto de las tinieblas", "árboles mansos en sus alturas", "el gesto de la eternidad"... Y sí, son poetas nacidos en los años 70 y 80.

"Dialogar con la tradición", no hay duda de que es necesario, imprescindible. Pero se trata de eso, de dialogar, no de reproducirla acríticamente y sin actualizarla. Y, por otro lado, ¿de qué tradición estamos hablando? Nos lo aclara en el siguiente prologuito del libro Juan Manuel Roca, cuando se limita a citar poetas colombianos, como si el territorio de la poesía terminara en la línea fronteriza que demarca el Tribunal de la Haya. ¿En serio no hay más tradición que la local? Al parecer, cuando uno lee a los poetas, no. ¡Viva mi pueblo!

miércoles, 30 de marzo de 2016

Poesía colombiana joven (o escrita por jóvenes)


Durante las últimas semanas, he estado explorando la poesía joven colombiana, la de aquellos menores de 35 años (es decir, nacidos a partir de 1980). 

Tras leer algunas muestras de, al menos, un centenar de poetas, pienso que su principal característica es la vaguedad. En dos sentidos: la vaguedad en los términos (esa preferencia por la “sombra”, el “alma”, la “ausencia”, y “la ausencia de la sombra del alma”, que les hace sonar tan viejos); y, sobre todo, en el sentido de que son vagos. Quiero decir: no hay suficiente curiosidad, trabajo con el lenguaje, deseo de seguir un camino propio. Hay, en la mayoría de los casos, una inercia acrítica de repetir modelos ya conocidos (que, además, en su mayor parte son exclusivamente locales, y no precisamente los más interesantes). Y, en esto, no se diferencian los “asombrados del alma” y los neo-neo- nadaístas. 

La verdad, uno oye y lee constantemente que la poesía colombiana es conservadora. Y uno pensaría que, al menos entre los jóvenes, esto no sería tan así. Pero sí, lo siento, al menos entre las obras más difundidas. Nada que ver con las experimentaciones de los jóvenes argentinos, chilenos, mexicanos, etc. Experimentaciones que serán más o menos valiosas, según los casos, pero que, al menos, dan una sensación de movimiento activo, de búsqueda.

Dicho esto, paso a una tarea mucho más gratificantes: el rescate de voces que valen la pena. Con la falibilidad propia de toda selección, he anotado 9 nombres de los que quiero seguir investigando y escribiendo. De momento, solo los dejaré anotados:

·       - Tres poetas ya consolidados, con obra “bien hecha”, aunque quizás no tan novedosa. Valla pena leerlos por sus hallazgos: Andrea Cote Botero (1981), Fadir Delgado Acosta (1982) y Henry Alexander Gómez (1982).

·      - Tres poetas que proponen algo diferente, al menos en el contexto colombiano. Vale la pena leerlos por su búsqueda: Julio Alberto Balcázar (1984), Kamilo Muñoz Chaves (1985) y, en parte, Fátima Vélez Giraldo (1985).

·       - Un poeta que entronca con la literatura indígena y, en este sentido, tiene algo diferente que aportar: Pedro Ortiz (1988).

·    - Dos jóvenes poetas que, a pesar de su corta edad (o precisamente por ello), tienen propuestas apasionadas con ritmos nuevos: César Cano (1993) y Alexandra Espinosa (1995).

Seguiré en la búsqueda. Se aceptan, siempre, sugerencias.

domingo, 20 de marzo de 2016

Y la izquierda era esto



Hay una famosa frase que dice algo así: “Si a los 20 años no eres de izquierdas, es que no tienes corazón; si a los 40 sigues siéndolo, es que no tienes cerebro”. 

A mitad de camino entre ambas edades, quizás también entre el predominio del corazón y el del cerebro, merece la pena replantearse la frase. ¿Será verdad que, a medida que uno adquiere responsabilidades, va olvidando el deseo de cambiar el mundo e insertándose más en el sistema que antaño consideraba injusto?

“Ya somos todo aquello
contra lo que luchamos a los 20 años”,

escribía José Emilio Pacheco. El poema suena bien, encaja de forma perfecta con el esquema conservador y derrotista tan difundido entre los intelectuales. De alguna manera, sirve para calmarnos, para justificarnos, para hablar de la izquierda como quien habla de las borracheras a los quince años, ese era yo, tan bravo. Seguiremos quejándonos de la corrupción y de los partidos conservadores, eso sí, pero parece que ya no vamos a ser ministros o barrenderos, así que siempre a la distancia. Aunque si yo fuera…

Tú eres, y ahora es cuando empieza la izquierda, a los 30 años. No antes, cuando eras un muchacho sin muchas opciones, ni muchas intenciones tampoco, de incidir realmente en el rumbo de las historias. A los 20, uno intenta explicarse el mundo. A los 30, empieza a cambiarlo. 

Y el mundo no se cambia, de algo ha de servir la historia, a través de una revolución violenta que decapita al anterior líder autoritario y coloca uno nuevo. Para empezar, el mundo se cambia eliminando la violencia y el autoritarismo como formas de enfrentamiento o solución de conflictos. Y, para ello, no hay que esperar a ser miembro de un comité que decide sobre el uso de la guillotina en el país; empecemos por tratar al compañero como a un compañero, y no como un competidor; al estudiante como a un aliado, y no como un enemigo a quien debemos someter; al jefe como a un aliado, y no como un enemigo a quien debemos someternos.

¿Quieres luchar contra la corrupción? Buenas noticias: está tan extendida a todos los niveles que seguro vas a encontrar la oportunidad de enfrentarte. No será por una comisión millonaria o por una cuenta en las islas Caimán, pero no creas que tu misión es por ello menos importante: venderte por diez millones de euros, al fin de cuentas, es más sencillo que venderte por (la posibilidad de) una inclusión en una antología o (la posibilidad de) una invitación a un congreso. 

Claro que ahora estoy hablando del submundo que más conozco (el de los profesores-poetas, por abreviar), para subir las ideas a lo concreto. Y es que, en este contexto (muy dado, por cierto, al eslogan izquierdista), la falta de honestidad es tan frecuente, y tan aceptada, que nadie se oculta por confesar, por ejemplo, que “XYZ no es buen poeta, pero hay que incluirlo porque tiene mucho poder”; o, peor todavía, “XYZ debe ser buen poeta, porque está incluido en tantas antologías y congresos”. La banalidad del mal: cuando la corrupción cotidiana se alimenta de la pereza mental. 

La izquierda comienza cuando uno tiene la posibilidad de aplicar sus principios en la vida cotidiana. Ciertamente, en la vida cotidiana uno puede aplicar sus principios en todo momento (¿es igualitaria y honesta la relación con la pareja?, por ejemplo). Y, no menos cierto, los principios de los que implícitamente estoy hablando no son (o no deberían ser) propiedad exclusiva de la izquierda. Pero hoy quería hablar de la tradición a la que pertenezco, y del momento que ahora vivo, de lo concreto. Y concluir, eso es todo, expresando que, al fin de cuentas, el mundo es maravilloso porque podemos luchar para cambiarlo.

sábado, 4 de abril de 2015

Emergencias 1: Lucía Boscá (1985)

1.- (Aclaración del entrometido voyeur). Internet es una taberna. Uno toma ron y escucha un mar de ruidos. Alguno emerge: está más cerca o vale la pena. Entonces se transforma en voz. Hablar con la voz, o por la voz. Luego vuelvo al ron y al hielo. Eso es todo.

2.- Presentación de un blog sobre una aldea castellana:
 Te invito a visitar  mi nuevo blog.Un lugar para compartir "cosas" de mi pueblo.
Pides pueblo. Alguien pide pueblo, dice. ¿Quién dice pueblo? Y pide aquí no hay nadie. Se escucha pueblo, repite, dice: aquí no hay nadie. Y no hay aquí pueblo.¿ o sí ?

 Poema de Lucía Boscá:
Pides. Alguien pide, dice. ¿Quién dice? Y pide aquí no hay nadie. Se
escucha, repite, dice: aquí no hay nadie. Y no hay aquí.

Concluyo: El poema nace de la ausencia de pueblo.

3.- Tensión entre el ruido del pueblo y la música para el pueblo:
Acuden (hay ruinas)
los muertos al golpe
(un golpe), no
dejan de venir. Alguien
llora. ¿Quién llora?
Es música. Todo
en aquella música.

Concluyo: El poema está en la palabra "en".

4.- "Darse en este abismo / en el que voy creciendo". Abismarse. En América significa "sorprenderse". Un diccionario lo traduce al inglés como "abandono".

5.- Quiero decir: "¿Así se escribe / la música? ¿Una línea / en el horizonte con tiza / molida (...)" (llegaríamos) "(...) arroyo sin más / fondo / que las cenizas de un espejo?" (ya no estamos allá -y no "da tanta pena". Y no da. Solo recibe, abismo).

6.- Y emerge de nuevo la voz "entre una y otra duna". Y emerge la voz porque "este lenguaje / aprisiona nuestros cuerpos". Quiero decir: Están nuestros cuerpos, nuestra tierra, pueblo.
¿Quién comenzará "de pronto a pedir perdón"?

7.- "Todos estuvimos
aquí. Alguna vez. Todos volveremos".