sábado, 11 de mayo de 2013

Nosotros somos los malos



 Una de las cosas "buenas" de la crisis es habernos dado la oportunidad de ser más críticos con el sistema en el que estábamos instalados, más conscientes y exigentes con las injusticias cotidianas. En cierto modo me sentía optimista con este cambio, hasta que una pequeña conversación reciente me ha hecho preguntarme si nuestro espíritu crítico no es tan sólo una forma de buscar cabezas de turco a quienes culpar de la situación (tiene que haber "malos" para que nosotros seamos los "buenos"), sin que por ello cambie nuestra propia actitud y, por tanto, la situación general. 

 Un ejemplo claro: diputados que cobran dietas para pagar alojamiento en Madrid a pesar de que ya viven en Madrid y tienen uno o varios pisos en la capital. Aunque sea legal, no es moral, decimos todos. Los políticos, como los banqueros y etc., son los malos. No cabe duda.

 Veamos ahora: tú mismo (o tu hijo, pareja, amigo, etc.) tiene la oportunidad de cobrar una pequeña subvención en concepto de, pongamos por caso, "emigrante retornado" (unos 400 euros al mes). Es legal, porque realmente vuelves a tu país sin trabajo durante los 3 meses en que pides la subvención. Pero no es moral, o eso pensaba yo, porque en el ejemplo discutido resulta que vuelves a España pero de vacaciones, y que realmente no estás en el paro (sí técnicamente, pero...) porque ya firmaste otro contrato para el curso siguiente. Además, no necesitas el dinero en este momento.

 Pues bien, prácticamente todas las personas con las que he debatido el caso, las mismas personas que clamaban al cielo contra el caso de los diputados, han afirmado que por supuesto aceptarían la subvención. Sus argumentos:

- "Es una cantidad tan pequeña... ¡No se puede comparar con los millones que roban los políticos y banqueros!". Entonces: ¿se supone que una persona que hace algo legal pero inmoral para cobrar 1.200 euros renunciaría a hacer otra acción similar para cobrar 1.200 millones de euros?

- "Para que se lo quede un político ladrón, prefiero quedármelo yo". Aún si estuviéramos completamente seguros que ese dinero iba a ir de nuestra renuncia al bolsillo del político, ¿es que atracarías a una vieja porque de todas formas iba a ser atracada en la siguiente calle?

- La mayoría de las personas cierran su argumentación con un "mejor lo cobro y ya se lo daría a una ONG o a alguien que lo necesite" (si es dinero legítimo, ¿en qué se diferencia del dinero que ganas mensualmente y no das a una ONG ni a nadie que lo necesite?). Entre otras varias personas, esto mismo lo dijo una persona que cobra mensualmente un mínimo de 5.000 euros al mes más la casa y el coche. Esta persona no renunciaría a la subvención de 400 euros, aunque luego se lo daría a una ONG, dice... ¿Debemos suponer que no ha dado nunca dinero a una ONG porque 5.000 euros más casa y coche es el mínimo que necesita para sobrevivir, y que con 5.400 euros más casa y coche sí tendría excedentes para una buena causa?

 Más que rabia, me hace sentir tristeza.

viernes, 3 de mayo de 2013

Novela anglocaribeña

     A veces (dos veces) alguien me ha preguntado sobre qué tipo de novela se escribe ahora en el Caribe anglófono. Y la verdad es que yo no he sabido qué contestarles, porque casi todo lo que había leído era de la época “clásica”, es decir, autores que eclosionaron en los años 50-60. Son, por cierto, escritores coetáneos del “boom” latinoamericano pero, excepto el gran Wilson Harris, sin apenas rastro de la creativa originalidad de sus colegas hispanos. Qué distintos, por ejemplo, los dos novelistas caribeños que ganaron el Nobel: nada que ver la frondosidad de García Márquez (o Carpentier, Lezama Lima, etc.) con la sequedad de Naipaul (o Selvon, Lamming…). Lo cual no significa que no haya grandes obras entre los anglófonos, y pondré como ejemplo la novela que más me gustó de las que he leído: The Dragon can´t dance, de Earl Lovelace (1979), con su ritmo sensual y a veces explosivo.

Pero volvamos a 2013. Para leer algo de narrativa anglocaribeña reciente compré una novela que acababa de ganar el premio “Bocas” (sic) al mejor libro caribeño publicado en 2012: Archipelago, de la trinitense-británica Monique Roffey.


Y la verdad: lo he dejado de leer antes de llegar a la mitad del libro. Me recordaba continuamente a una de esas películas de la sobremesa de Antena 3. Un padre con un pasado dramático y cansado de la rutina diaria se embarca con su hija y su perro en un viaje iniciático por el mar Caribe. Con grandes momentos Antena 3: nada más partir coge su móvil y, oh valentía sorprendente, lo tira al mar. Y pretensiones que repelen: su viaje será una aventura espiritual comparable (o eso cree la autora) a la del capitán Ahab en Moby Dick. Sólo espero que este no sea realmente el mejor libro anglocaribeño del año anterior, o que Ana Rosa Quintana y Paulo Coelho se empadronen en el Caribe para competir fieramente en la arena literaria, que podríamos llamar más bien desierto. 

Pero el verdadero momentazo de la novela viene en su capítulo 5 cuando, aprovechando que el protagonista llega a la isla venezolana de Margarita, la autora nos demuestra que no sólo destaca en la creación de dramones antenatrésicos, sino también en la profundidad de su análisis político: Chávez. "Good man or bad man?", se pregunta con pasmosa clarividencia. Repite chismes de la prensa, dice alguna cosilla buena para mostrar su amplitud de miras y, en un momento, como quien no quiere la cosa, se le escapa: "He (el protagonista) can´t stop thinking of the singing communist. Chávez. The dictator has been on his mind all morning". Es decir, el hecho de que Chávez, a pesar de ganar las elecciones limpiamente, sea un dictador, se da por hecho, no necesita ni ser pensado o analizado, es así. Ah, vale. Acabaré entonces con un análisis imparcial de esta novela:

 ¿Es una buena novela o es una mala novela? No podría decantarme por ninguna de las dos opciones, tiene elementos positivos y elementos negativos, así que será el lector quien decida sobre la calidad literaria de esta mierda infumable.

jueves, 2 de mayo de 2013

Limones y corbatas


 En esta película, "Los limoneros" (Eran Riklis, 2008), se plantea una lucha desigual entre una mujer palestina que vive con sus limoneros y el ministro israelí de defensa que se instala enfrente de ellos, temerosos siempre de que le ataquen con algún cóctel limotov. Al principio de la película se muestran imágenes hermosas y coloridas de ese campo de limoneros, al final sólo podemos ver un grisáceo muro de hormigón que se ha levantado para separarles (tras haber arrasado los limoneros, por si acaso le deslumbrara su color).

 Este póster de la película (arriba) me ha recordado la imagen que, según me dijeron, tuvieron mis estudiantes durante el examen del Quijote (de estas sesiones formales de exámenes donde se encierran estudiantes de diversas carreras). Enfrente estábamos los profesores: todos ellos con oscuros trajes y corbatas, y en medio de ellos una mancha verde y amarilla que era yo.

 Profesores que no bajan a la tierra ni para saludar a sus propios estudiantes, que impertérritos amenazan con un suspenso o un apocalipsis, mientras la vida va pasando ahí afuera. Deben tener mucho miedo, los pobres profesores, para necesitar una armadura que imponga un distanciado respeto que no saben ganarse de otra manera.

 Los de humanidades, será por el hecho de ser humanos, suelen ser los más informales, sí, pero me recordaba un compañero que también suelen ser los más angustiados y depresivos. Ah, claro, que son profundos, los pobres... Será para ganarse el respeto de otros profundos cavernícolas, será por miedo a la luz, a ser felices. En ambos casos: son unos imbéciles, literalmente.

 "La más honda verdad es la alegría" (Claudio Rodríguez).

Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas


"- Esto es producto de mi karma.
- ¿A qué te refieres?
- A mi enfermedad. Tal vez he matado demasiados comunistas.
- No importa, lo que cuenta es la intención.
- También he matado infinidad de bichos en mis plantaciones."

"- ¿Eres un fantasma?
 - No, soy un bagre."

 (Apichatpong Weerasethakul, 2010)